En silencio, hasta tu cuarto a rememorar vengo,
busco la esencia etérea de tu ser amado
entre las cosas que con devoción aún conservo.
¡Cuanta nostalgia cuelga de estas mudas paredes!
La tristeza impregnada del último momento
ha quedado enclaustrada en los gélidos rincones.
Madre, deja expresarte con este hondo sentir
la pena incomparable, tenaz... única e intensa.
¡Deja que grite ahora! en este silencio, mi llanto.
He encendido la llama de todos mis recuerdos,
remembranzas de ternura, de alegría y gozo;
la dulzura infinita que en mimos me entregaste.
Te traigo la fragancia del rosal que plantaste,
para suplir en parte, tu aroma generoso
vertido con terneza a lo largo de tu vida.
¡Cuánto vacío deja la perdurable ausencia!
Ahora, ¡cuánto frio siento! recostada en tu lecho,
ayer tibio de vida, templado con amor.
Añoranza de tu voz, que calma mis tristezas,
nostalgia de tus manos, alivio de pesares
y del cálido abrazo; refugio de niñez.
Si tan sólo pudiera… ¡darte un beso Madre Mía!
y sentir en mi frente aquellos benditos besos
para que suavemente mitigues mis dolores.
Me duele no tenerte, no verte, no tocarte.
¡Pesar infinito que no acaba…! ¡Se hace eterno!
Como eterno también es y será, ¡Mi Amor por Ti!
Irene Vergara
Derechos de Autor
2010
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